Las olas
En la vida, como en el mar, siempre hay movimiento. Estos movimientos continuos del mar tienen su equivalencia en nuestro mundo psíquico ya que estamos siempre sumergidos en un estado emocional: a veces es un movimiento sutil, casi imperceptible, puesto que se produce en las capas más profundas del abismo. Otras, en cambio, somos muy conscientes de su presencia: un movimiento brusco que nos hace zozobrar, o que nos obliga a imprimir verdaderos esfuerzos para mantener la embarcación a flote y sortear las olas, las emociones. De la mano de Joaco Martín nuestra tripulación de Alquimistas, ha recordado que para poder sentir una emoción hace falta un «estímulo emocionalmente competente» o, lo que es lo mismo, un estímulo o percepción que dispara una respuesta emocional. Así por ejemplo, cuando una necesidad no está cubierta, se produce un desequilibrio y éste, a su vez, produce una emoción, un movimiento interno y externo que nos impulsa a hacer algo para restablecer ese equilibrio perdido. Es como ese piloto que se enciende para avisarnos de que la embarcación pierde su eje.
Desactivar las emociones
Imaginemos por un instante el peligro que supondría desactivar este piloto. Desde luego, haría mucho más difícil la labor de darnos cuenta del desequilibrio. Pues volviendo al mundo psíquico y su correlato emocional, no son pocas las personas que, para lidiar con el movimiento, deciden desconectar el piloto, esto es, desconectar de sus propias emociones. Esta estrategia, por supuesto, no provoca un mar en calma y ni tan siquiera suaviza las marejadas. Simplemente nos aleja de nosotros/as mismos/as y de nuestras propias necesidades. Es preciso apuntar que esta decisión no siempre se da de una manera deliberada y consciente. Habitualmente no llega un día en el que convenimos cortar el cable e insensibilizarnos. Más bien, es un proceso de defensa psíquica que responde a la lógica de la evitación del sufrimiento. Otras veces el piloto se mantiene activado pero al no ser atendido durante un largo período, deja de tener sentido. Ya no es motivo de alerta pues simplemente nos hemos habituado al desequilibrio y lo asumimos como el estado normal.
Activar las emociones
Con ello tampoco queremos decir que lo «normal» deba ser el equilibrio; lo bonito es aprender a surfear y que cuando viene una ola y nos inclina hacia la izquierda, rotemos a la derecha; que cuando nos impulsa hacia delante, soltemos y nos dejemos empujar hacia esa dirección. Resistirse a las olas no trae buenas consecuencias. La vida, como las olas, sigue la ley del «sí, y además», como en el teatro de improvisación. Se trata de acoger la ola, aceptarla, adaptarse a su movimiento y buscar siempre la manera de seguir. Jugar las emociones significa primero reconocerlas, saber que son inevitables y que nos dan la sal de la vida. Tras ello escucharlas, sentir en el cuerpo el vértigo, el hormigueo, la fuerza, el miedo, el impulso o aquello que sea que nos traigan… expresarlas con conciencia y, por último, jugarlas.
Las emociones en las organizaciones
Y cómo no, en las organizaciones también las emociones tienen una presencia importante. Esta idea de que en las empresas o en los negocios hay que dejar las emociones fuera, no sólo es poco favorable sino que es del todo imposible. En la medida en que las organizaciones están formadas por personas y éstas no pueden dejar de sentir emociones, el aprendizaje conlleva a que también, en las organizaciones sepamos reconocerlas y fluir con ellas para aprender aquello que tienen que decirnos y utilizarlas a nuestro favor. En todos los sistemas hay emociones, unas más presentes y otras que no aparecen, algunas más aceptadas e incluso promovidas y otras negadas o censuradas. ¿Qué emociones son las que prevalecen en tu organización? Quizá la alegría, el coraje o el arrojo sean más celebradas que la tristeza, el miedo o la rabia. O tal vez la rabia sea lo que prevalece y mostrar alegría es lo que está más penalizado. Hay quien dice que uno/a no debe ir al trabajo a divertirse… En cualquier caso, hemos de saber que estamos bajo la influencia de estas olas y que negarlas no va hacer que desaparezcan sino que actúen con mayor virulencia.
Por el momento nuestros alquimistas avanzan juntos en su propio sistema, dejando atrás el puerto, abrazando las olas y dejándose mecer por ellas. Y así, van navegando con una extraña mezcla entre la excitación de partir y la serenidad de saber que el viaje interior se está dando al tiempo que se manifiesta el exterior.
Itziar Gómez Aparicio
Miembro del equipo Docente del Máster en Transformación Organizacional, Satori Institute
Editado con la participación de Paloma Ruiz Lasa