Eterno grumete
En estas primeras etapas del viaje, sobre todo tras el episodio de la niebla, los miembros de la tripulación se han replegado un poco sobre sí mismos: tras la euforia que les llevó a embarcarse en esta aventura, se han ido dando cuenta de lo poco que conocen sobre sí mismos y sobre el viaje que han iniciado. Los eventos externos han propiciado una vuelta hacia dentro, con la sospecha de que el ritmo y los automatismos de sus rutinas en tierra no les iban a llevar a buen puerto en alta mar. Así, por el momento comparten espacios externos, pero aún está por ver qué espacios internos están dispuestos a compartir. Cohabitar no significa necesariamente encontrarse, así como mirar no es lo mismo que ver o hablar no es lo mismo que participar en una verdadera comunicación.
El patrón nos tiene
Y para ganar comprensión sobre la complejidad de estos futuros encuentros vamos a seguir abundando un poco más en la existencia de los patrones, reflexión a la que nos llevaba Marina en el pasado episodio. La cuestión es que, de la misma forma en que yo tengo un patrón (o más bien el patrón me tiene), así ocurre con cada una de las personas que me rodea. El patrón actúa como una especie de velo que nos envuelve, aplicando un filtro a la mirada e influyendo en lo que ve, lo que no ve, en qué elementos posa su atención, la calidad de su mirada, etc. Es por ello que no hay dos realidades exactamente iguales si son percibidas por dos personas diferentes. Esto nos lleva a darnos cuenta de que cuando un otro piensa, siente u opina diferente a nosotros/as, esto no es tanto debido a su ignorancia, insensibilidad o error como a su «otredad».
La diversidad
La diversidad hunde sus raíces en este hecho: las diferentes miradas de una misma realidad enriquecen la existencia complementando los fragmentados puntos de vista individuales y aproximándonos a la totalidad. Los alquimistas comienzan a tomar buena cuenta de ello por pura necesidad: algunos/as están más atentos a los condiciones meteorológicas, otros/as están más pendientes de la buena conservación de la embarcación, alguno/a se centra en el abastecimiento de alimentos y la cocina mientras que otros/as cuidan de las relaciones, entretenimiento y buen ánimo de la tripulación. Gracias a que muestran patrones e intereses diversos, cada persona puede aportar el grupo desde su individualidad. Entonces este vuelco hacia sí del que hablábamos al principio, no es un acto de separación sino una preparación al encuentro y participación de algo mayor.
Siguiendo con la siempre útil herramienta de observación, podemos trazar un mapa de diversidad en nuestras propias vidas: ¿de quiénes me rodeo?, ¿cuán diferente o similar piensan, sienten o actúan?, ¿cuánto refuerzan mi visión y cuánto cuestionan mis cimientos? La invitación pasa, no por vivir sin cimientos, sino por transformar su cemento en bambú, manteniéndolos sólidos pero flexibles y, sobre todo, huecos para dejar que otras formas pasen a través de ellos.
El ego espiritual y humildad
Lo cierto es que, como toda aventura, esta también tiene sus trampas y, llegados a este punto, desvelar el patrón esconde una de las peores: el ego espiritual. Como un marinero que ha surcado un pequeño mar y no sabe que existe el océano, el ego espiritual toma cada conocimiento que adquiere para ensancharse, creyendo que ha alcanzado la sabiduría y permitiéndose mirar a otros, infelices e ignorantes, por debajo del hombro. Es tal la necesidad del ego de llenar vacíos, ocupar espacios o suplir carencias, que se apega a los nuevos descubrimientos (tipos, teorías, categorías) buscando el alivio de ser y saber y la sensación de haber llegado a la meta. Sin embargo, el trabajo consiste en seguir manteniendo la tensión entre las dos polaridades: sé y no sé, soy y no soy.
Desarrollar la humildad es necesario en cada una de las etapas y para ello la atención y la auto-observación son las mejores aliadas. Por tanto, no hay otra vía que la de convertirse en un eterno grumete, viviendo el movimiento de que a medida que uno sabe más, se va haciendo más pequeño. Hasta llegar a la conclusión de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada». Pues cuanto mayor es la sabiduría que alberga una persona, mayor también la conciencia que toma de su propia limitación: de todo lo que no sabe, de todo lo que no puede. Discerniendo, eso sí, entre pequeñez e insignificancia y pudiendo, como pequeña gota marina, conectar con el sentido de su participación en el gran océano.
La diversidad en el mundo organizacional
También en las organizaciones es necesario recorrer este mismo camino, el de reconocer su propia pequeñez y ponerse al servicio de algo mayor. Son muchas las trampas a sortear en el camino: necesidad de control, poder, juicio, pensamiento único e imposición, urgencia, etc. La tan ensalzada diversidad, se eleva ante las organizaciones como un iceberg y por lo general lleva más tiempo y más fricciones: hay una diversidad en lo visible, como la apariencia física, el género, el idioma, o la edad, y también una gran diversidad debajo de la superficie. La verdadera diversidad, significa abrazar lo invisible, tanto como lo visible. Comprender lo invisible se ha convertido en un elemento central para dar forma a una cultura diversa. Para que las organizaciones puedan crear y mantener culturas corporativas inclusivas, necesitan no solo apertura, confianza y adaptabilidad por parte de todos los integrantes de la organización, sino también el talante observador, humilde y curioso del grumete, que se enrola con la esperanza y el sueño de trabajar y aprender para, algún día, convertirse en capitán del barco.
Itziar Gómez Aparicio
Miembro del equipo Docente del Máster en Transformación Organizacional, Satori Institute
Editado con la participación de Paloma Ruiz Lasa
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