La marea
La tripulación alquimista ha seguido avanzando hacia un horizonte más amplio gracias a la observación de sus conversaciones internas y externas y, con ello, la toma de conciencia sobre algunas de las creencias que condicionan su mirada. Esta observación se acentúa puesto que la vida en el barco ofrece menos distracciones que la vida en tierra firme: las partidas de cartas, tiempo de limpieza y labores de conservación del barco se agotan, dejando tiempo para el aburrimiento, la lectura o la escritura. Marina ha empezado a dedicar tiempo a la contemplación del mar como atrapada por una poderosa fuerza magnética. Esa inabarcable cantidad de agua capta la atención de todos sus sentidos, dejándose mecer por el vaivén de las olas. Y lo mejor de todo, es que el mar le susurra ideas que luego desarrolla en su diario:
«Domingo, 26 de abril de 2020
Mi relación con el mar se está haciendo cada vez más estrecha. Supongo que, de alguna manera, mi nombre me predispone a ello. Hoy he tenido más tiempo de ocio, pues al ser domingo las obligaciones han acabado al mediodía y después de comer, cada uno/a ha tomado tiempo para sí mismo/a. Es curioso cómo, aun estando en mitad del océano, las tardes de domingo saben diferente, así con ese regustillo de ocaso semanal. El caso es que además hoy había luna llena y he estado pensando acerca de las mareas: tal y como yo me conecto con el mar, el mar se conecta con la luna y las mareas dan cuenta de ello. Me pregunto si el mar será consciente de que baila al ritmo que la luna le marca…
Esto me ha llevado a pensar en ese patrón que se repite imperturbable varias veces al día pues, yo que sé que la naturaleza es una gran metáfora de lo que ocurre en mi interior, me pregunto: ¿cuál es mi marea?, ¿cuál es mi patrón?, ¿qué es eso que se repite y de lo que no me doy cuenta? Estoy segura de que hay dinámicas en mí tan automáticas que ni siquiera reparo en ellas. Hay un halo de repetición en mi vida: pensamientos, emociones, conflictos, relaciones… Si me paro a observar empiezo a vislumbrar que tienen algo en común y me parece que me toca aceptar que eso en común soy yo misma…
Y al mismo tiempo me planteo que, así como el mar sigue el patrón de la luna, estos patrones míos deben de tener un origen en mi temperamento, mi carácter y mi personalidad. ¿Cuánto de libre soy si todo ello me condiciona? Y eso sin contar con la interacción de todos los elementos externos que se yuxtaponen en cada momento. Qué complejo todo…
A veces me imagino como si estuviera buceando y llego a un nivel de reflexión en el que me empiezan a doler los oídos. Como si hasta que no lo integre desde la experiencia lo que estoy pensando no pudiera avanzar. Y viceversa, como si hasta que no reflexione sobre la experiencia no pueda integrarla. ¡Vaya lío! Lo que sí sé es que este es un proceso de movimientos suaves porque como en el submarinismo, una vez que has descendido a cierta profundidad, si emprendes el ascenso demasiado rápido puedes morir. Así que despacito y con buena letra, como decía mi abuela.
Hasta mañana Marina del futuro.»
Los patrones manifiestan un condicionamiento.
Tal y como identifica Marina en su dialéctica con el mar, cuando una persona observa un objeto u otra persona con atención, puede comenzar a ver patrones. En la historia encontramos diversos intentos por clasificar la naturaleza humana en base a sus patrones: las clasificaciones de los clásicos Galeno e Hipócrates o las más recientes Jung o Eysenck son solo algunos ejemplos. Lo interesante de las clasificaciones es que nos ofrecen un mapa para observar:
Nuestros propios patrones son tan escurridizos que contar con algunas pistas aumenta en cierto grado nuestras posibilidades de éxito. Una vez que dicho patrón se observa, se abre la posibilidad a conocerlo.
Y, ¿qué hacemos una vez identificado un patrón? El primer impulso habitual suele ser buscar el alivio en un diagnóstico o etiqueta: «Ahora ya sé lo que tengo, gracias doctor.» Y a continuación, pueden emerger diferentes tendencias, de las cuales son típicas las siguientes:
Por un lado la justificación: «Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así» o, dicho de otra manera, me identifico con mi patrón y encuentro en él la justificación para no cambiar . Por otro, el camino del auto mejoramiento: «Ahora que sé de qué pie cojeo, me pongo la muleta».
La acción necesaria: observar
¿De qué depende que actuemos de una u otra manera? Pues de nuestro patrón, como no podía ser de otra manera. ¡Ja! De nuevo atrapados/as en el patrón. Conviene pues tener muy presente que el patrón tiende a la autoconservación y no nos pondrá las cosas tan fáciles. Entonces, ¿qué opciones para el cambio quedan? ¿Esto no iba de transformación?
«El universo vive en constante cambio y transformación, continuo devenir y hacerse,
llegar a ser, mediante una lucha de contrarios o dialéctica»
Heráclito de Éfeso
Siguiendo las sabias palabras de Heráclito, si los seres humanos estamos sometidos a las mismas leyes que el universo, por ser parte de él asumiremos que la transformación se está dando continuamente y, por ello, no podemos más que participar de ella. Decidiremos, eso sí, si nadar a contracorriente o a favor de esta marea que escapa con mucho a nuestro control. Es por ello que el desarrollo de un observador atento es nuestra mejor baza este proceso.
La auto-observación en el mundo organizacional
En las organizaciones, la llamada a la acción es tan potente (y está tan automatizada) que tenderá a tomar cada brote de autoconocimiento para hacer algo con ello. Todo ha de tener una utilidad, un para qué, un plan, un proyecto de mejora. Todo es susceptible de ser puesto al servicio del avance, el progreso o la optimización. En cambio, el movimiento natural de las cosas emerge cuando uno deja de empujar y simplemente observa. Como la bellota que guarda en su interior todas las potencialidades necesarias para poder convertirse en roble. Pero para que éstas se expresen se requiere que el ego se eche a un lado con el fin de que el brote rompa y vaya manifestando su esencia.
A la bellota le importa poco tu plan de proyecto.
Su proyecto es mucho más hondo y sus fases no responden a una lógica. Esto requiere del desarrollo de nuestro lado más receptivo, paciente y acogedor. Una actitud que destierra la expectativa, cuida por el mero gusto de cuidar, nutre por el mero amor que siente al hacerlo y los frutos, o resultados, son sólo una consecuencia natural del proceso.
Itziar Gómez Aparicio
Miembro del equipo Docente del Máster en Transformación Organizacional, Satori Institute
Editado con la participación de Paloma Ruiz Lasa
Copyright © 2020 Satori3, All rights reserved.