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La muerte vincular y el dolor en el mundo de las organizaciones

La muerte vincular y el dolor en el mundo de las organizaciones

Paloma C. Navarro
Psiquiatra y Psicoterapeuta

Que la vida iba en serio uno empieza a comprenderlo más tarde.

Saber morir para aprender a vivir

Aunque siempre existió en todas las civilizaciones y culturas la vivencia de la impermanencia como cuestión existencial, la velocidad del cambio actual en los vínculos, en los roles, en los lugares, en la misma realidad, ya no es nuestro día a día para el hombre posmoderno, sino más que nunca es nuestro instante tras instante. Esto es así, como decimos, por un lado intrínseco a la naturaleza de la realidad, y otra parte por la sociedad en la que vivimos, tan aparentemente conectada y paradójicamente tan desconectada entre nosotros, tecnologizada e individualista. Cada día hay más cambios sociales, personales, políticos en cualquier lugar, organización e institución. La muerte, o cambio vincular, acontece de manera más rápida y eficaz a cada instante sin que nos demos cuenta; completamente inconscientes, eso sí para luego sufrir simplemente sus consecuencias que en la salud mental son el ánimo melancólico, la irritación fácil, la impaciencia, la ansiedad, los dolores corporales, la compulsividad, las adicciones, la depresión, el vacío, etc.

La muerte vincular son los cambios permanentes en la realidad, en tus vínculos afectivos, en tu propia biografía. De hecho, el libro de tu vida está lleno de este tipo de muertes desde que naces y, lo más importante, si estamos conscientes cuando suceden, es un viaje hacia una/o misma/o. Este viaje ocurre cuando sufres crisis o cambios profundos, despertares que te sacuden de manera prodigiosa, pero que mientras ocurren implican dolor y generalmente una resistencia a ese dolor.

La muerte vincular son los cambios permanentes en la realidad, en tus vínculos afectivos, en tu propia biografía.

El rechazo inicial a lo doloroso es innato a la condición humana, todos lo sufrimos y lo sabemos. Pero cuando te atreves a mirar y sentir, abrirle lugar y paso a lo doloroso, este te transforma en lo profundo. Solo se puede sentir la vida si dejas que una espada te atraviese el corazón. Como dicen los sufís, sin dolor ni siquiera tú puedes cambiar. Dentro de cada tragedia o desdicha puede, y de hecho lo hace, esconderse un aprendizaje de vida, una nueva enseñanza en ese viaje hacia ti, hacia tu dolor, hacia tu biografía. Adaptarnos y darnos cuenta de los cambios o muertes vinculares, que son procesos de tránsito vital a veces difíciles, es necesario e imprescindible para la supervivencia. Recordemos que será útil cuando llegue la muerte física real. Haber entrenado este mecanismo de no huir, dejarte sentir y luego trascender que es atravesar y ascender. Afrontar el dolor y el cambio también mejorará nuestra resiliencia y nuestra paz interna, ya que el dolor te mete hacia ti misma/o si no lo anestesias, y allí todo es bondad humana.

Al final todos queremos lo mismo, andar por la vida serenos y felices. No hablamos de entender la felicidad como la alegría apasionada constante, sino como un estado de coherencia ética, gozo íntimo y una mejor alineación con los propósitos que la Vida nos depara. No obstante, la volubilidad de nuestros estados emocionales y pensamientos hacen muy difícil que esto sea así. Por eso necesitamos un ancla que nos arraigue a algo más profundo en el Ser, y que esté más allá de nosotros mismos en última instancia.

La muerte vincular habla de los duelos permanentes que vivimos. Desde que nacemos hasta que morimos vivimos diferentes pérdidas, algunas muy dolorosas como la muerte de seres queridos, y otras de las que ni siquiera nos damos cuenta, crisis vitales que incluyen pequeñas pérdidas pero que nos causan tristeza, ira, malestar, insomnio, dolores físicos, cambios en el ritmo intestinal, etc., todo acumulable en el cuerpo si no lo afrontamos con mayor conciencia.

El dolor emocional de estas crisis y de la infancia, generalmente no se expresa y no se digiere. Un aspecto importante de este dolor es que forma parte inherente de la mente egocéntrica y se vive como una profunda sensación de falta de totalidad o de carencia, de no estar completo. A veces esto es consciente y otras inconsciente. Cuando este dolor no ve la luz de la conciencia, se manifiesta como no ser suficiente para los demás, no merecer la pena, no ser bueno y un profundo sentimiento de incomodidad e inquietud.  

Como tantos maestros y expertos dicen, el dolor que no llevas a la luz de tu conciencia te verás obligado a revivirlo una y otra vez. De ahí que la solución pasa por ser testigos silenciosos del mismo dolor sin tener que hacer nada.

El dolor que no llevas a la luz de tu conciencia, te verás obligado a revivirlo una y otra vez

La empresa u organización pueden ser fuente de bienestar y de constante transformación personal, de crecimiento y abundancia. Para ello es necesario una buena salud relacional entre los miembros del equipo, así como constantes adaptaciones personales y grupales a cambios estratégicos, de roles, de liderazgo, de, al fin y al cabo, todo lo que en la empresa se exprese como necesario. Los cambios necesitan ser transitados con compasión, amabilidad hacia uno mismo y los demás, y sobre todo atención constante a las resistencias egoicas que nos impulsan hacia la separación, al victimismo, a la culpabilidad, al juicio y a la crítica.

Este mundo laboral también puede ser el lugar idóneo para quien busca compulsivamente gratificar el ego e identificarse con cosas, cargos importantes y colmar el vacío que se siente dentro y no se rellena con nada. Conseguir éxito, dinero, reconocimiento o poder, para conseguir ese estado de completud del que hablábamos que el dolor emocional acumulado impide. Las identificaciones más habituales del ego guardan relación con las posesiones, con el trabajo, con el estatus, el reconocimiento, el físico, creencias familiares y personales, etc.

La muerte o simplemente su proximidad te va desnudando de todo aquello con lo que te has identificado y acaba por demostrar que todo lo que pensabas que eras simplemente no eres tú. Tal vez el secreto de vivir más despierto en cualquier ámbito, laboral, personal, familiar, social, etc., es descubrir que el secreto del día a día radica en “morir antes de morirnos” y así darnos cuenta de que, con el concepto de la muerte, el proceso de morir, que lleva su tiempo generalmente, se queda pequeño y cosificado en un concepto tenebroso. Existe el tránsito, el cambio de conciencia y la vuelta a la casa de la que una vez partimos.

La muerte o simplemente su proximidad, te va desnudando de todo aquello con lo que te has identificado y acaba por demostrar que todo lo que pensabas que eras, simplemente no eres tú

En el entorno laboral donde hay tantas personas en silenciosa competitividad, es fácil perderse en querer cada día dar más, abarcar mucho y poder con todo. Un espacio donde dedicamos gran parte de nuestra energía vital diaria e incluso propósitos de vida; es necesario ponerse delante del Gran Límite, para darnos cuenta de que simplemente no somos eternos. Que abandonaremos esta forma, nuestro cuerpo físico, pero continuaremos un viaje por lo menos al misterio del que venimos, y que gran parte de la ciencia y la espiritualidad ya de la mano, dicen, es un sitio de paz, amor y bondad que no tenemos por qué tenerle miedo.

La atención consciente sostenida corta el vínculo entre nuestro dolor acumulado y nuestro pensamiento, es entonces cuando comienza la transmutación. Ser inconscientes es la ausencia total de un observador interno, y es cuando nos identificamos con lo que sentimos y pensamos. Este es, en palabras del maestro Eckhart Tolle, el significado esotérico del antiguo arte alquímico: la transmutación de metales inferiores en oro, o del sufrimiento en conciencia. Recordemos que placer y dolor, amor y dolor, son polaridades separadas por el filo de una navaja. Dentro de cada desdicha yace la semilla del amor. Dentro de cada instante de placer reside la semilla de lo que un día será doloroso cuando este desaparezca, dicho de otro modo, cielo e infierno siempre se tocan.

La atención consciente sostenida corta el vínculo entre nuestro dolor acumulado y nuestro pensamiento, es entonces cuando comienza la transmutación

En el mundo de la empresa los cambios quizás ocurren más rápido si caben, y es frecuente ir detrás de la zanahoria todo el tiempo, sin prestar atención si es realmente lo que se quiere, acabando muchas veces con sensación de vacío y desvitalización. Olvidando otras facetas de la vida necesarias de atender. La familia, la salud, el cuerpo, el ocio y las relaciones de amistad, por ejemplo. Sin cuestionarse ni siquiera que el confort, el estatus, la vanagloria y el acúmulo de dinero pueden ser esas zanahorias escondidas que movilizan casi toda nuestra energía.  

Es imprescindible respirar el dolor, el duelo, el cambio, soltar la forma de lo antiguo para introducirnos en el mundo de lo informe e inefable aunque solo sea por instantes y momentos. Hacerlo con determinación, confianza, entereza, y reconocer que no existe solo lo que se ve, se oye, se siente. Es necesario entrenar este músculo de enfocar la atención, crear hábitos que nos ayuden a ser los guardianes atentos de nuestro espacio interno, de nuestro parloteo mental incesante, repetitivo y automático, así como de nuestro cuerpo del dolor acumulado. Además, se podría entrenar desde que somos niñas/os y de esta forma podemos ayudar a nuestras hijas e hijos a transitar sus duelos de una manera más saludable. Sin tanta evitación, negación o evasión. Al fin y al cabo, la Vida, al igual que el mundo laboral, abarca los sueños, las ilusiones, la armonía, la realización personal, la mejora y el sostén de autoestima, la dignidad, el amor, pero también las pérdidas, los cambios, y la propia muerte física, y todo ello estamos llamados a atravesarlo y poder trascenderlo con la mayor conciencia de la que seamos capaces. Tal cual vivamos, lo más probable es que así sea nuestro proceso de morir, ya que son, al fin y cabo, lo mismo.